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Yo soy su carpintero

TÁNGER (Marruecos), finales de agosto del año 2016. Viajamos Jens, Pablo, David y Jorge en coche de Sevilla hasta Algeciras donde cogemos un ferry; en lo que se tarda en llegar a Madrid nos plantamos en el norte de África, en una ciudad que nos acoge frenética y rebosante.

<<Y eso que solo hemos visto la punta de un continente herido, sangrante, pero lleno de vida que pugna por responder a su proyecto de vida: ser felices>>

Llegamos a nuestro destino con la mayor normalidad del mundo, nos esperan las hermanas Carmelitas de la Caridad Vedruna, quienes nos acogen en su casa con ánimo e ilusión, lugar en el que nos vamos a hospedar los próximos nueve días.

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¿Y a qué hemos venido? A DAR SERRUCHO. Amar es Dar, y nosotros vamos a dar lo que somos, nuestras ganas, esperanza, alegría, nuestra juventud, nuestras manos, ojos, y ahora; también nuestra voz.

Han sido nueve días atravesados por un proyecto, transformar una sala diáfana, con humedades y vieja en un taller de carpintería. Dos grupos de voluntarios, nosotros cuatro y unos canarios junto con Modou, senegalés que busca arañarle a la vida un lugar digno.

2016-08-20 18.04.05

Y es que en Tánger se palpa de primera mano lo que a España [Europa] llega en retórica paterística. Y eso que solo hemos visto la punta de un continente herido, sangrante, pero lleno de vida que pugna por responder a su proyecto de vida: ser felices.

Hemos conocido un proyecto de atención primaria [comida y manta] a “los inmigrantes” jóvenes, adultos, mujeres, que llegan atravesando miles de kilómetros a pie o en carros, cruzando fronteras controladas por guerrilleros que los esclavizan y por policías que les denigran; desde su país hasta Tánger, donde viven hacinados en edificios de mala muerte y rechazados por los nativos como si fueran basura, ¿nos suena? Su única esperanza es trabajar (Europa) para vivir dignamente y sacar de la verdadera pobreza a sus familias.

Entre pico y pala como veis íbamos y veníamos entre proyectos, un turismo de frontera, conociendo también cómo las Misioneras de la Caridad, entre otras labores, abrían sus puertas los miércoles para duchar – despiojar – dar de comer a los niños [8-14 años] de la calle, muchachos rechazados por sus madres o aventurados en espera de colarse en un camión destino a Europa. Ver esos cuerpecitos rotos por los abusos, encallados, algunos succionados por la droga y otros marcados por la violencia, es una patada directa al estómago. Y así, sin habla, como queriendo decir mil cosas sin decir palabra, ellos te sonríen, te desarman.

Hoy toca comida con la comunidad de los Franciscanos, presente en Tánger desde tiempos de San Francisco de Asís. Es una fraternidad internacional, acogedora y llena de paz. Ellos apoyan al Arzobispo Santiago Agrelo; hombre sencillo y natural; cuidan de la catedral, van a la cárcel, y apoyan en el resto de proyectos.

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