Leyendo el evangelio de este domingo, cuarto domingo de #Cuaresma, me doy cuenta que el dicho de no hay más ciego que no quiere ver nos va bien para describir cómo estamos viviendo la fe nosotros en la actualidad, nos ocurren muchas cosas buenas a lo largo de nuestra vida y en la mayoría de las ocasiones no nos acordamos quién está ahí para que todas esas cosas estén ocurriendo, rara vez nos acordamos de darle gracias al Señor por todas esas alegrías y triunfos.
Este tiempo de cuaresma es un tiempo de reflexión, de mirar en nuestro corazón y saber qué es lo que necesitamos, qué es lo que realmente nos hace felices pero siempre teniendo muy presente a Dios
Estamos ciegos cuando pecamos, cuando no miramos más allá, cuando nos dejamos llevar por las apariencias, cuando no nos abrimos a los demás y le ayudamos…
Ciegos también cuando el egoísmo sólo nos deja pensar en nosotros mismos y nos hace huraños. De este modo, intentamos llegar a la felicidad, sin éxito alguno. No nos damos cuenta que nuestra felicidad también está en el prójimo y en seguir el camino de fe que Jesús nos ofrece.
Este tiempo de cuaresma es un tiempo de reflexión, de mirar en nuestro corazón y saber qué es lo que necesitamos, qué es lo que realmente nos hace felices pero siempre teniendo muy presente a Dios. Porque a veces tenemos ciego el corazón y como dice el principito “solo se ve bien con el corazón”.
La reflexión podemos empezarla con la misma pregunta que aparece en el evangelio de San Juan “¿Crees tú en el Hijo del hombre?” “¿Y quién es, Señor para que crea en él?” ¿Cuántas veces hemos juzgado a alguien por nuestras apariencias? y ¿Cuántas veces nos hemos equivocado por ello?
Porque a veces nuestro prototipo de personas no nos encaja con la realidad… tenemos que evitar juzgar a las personas solo por las apariencias.
En la primera Lectura del primer libro de Samuel, refleja cómo a Dios no le importa las apariencias y él se fija en el corazón de cada persona. Tal y como podemos comprobar que él hizo para elegir al rey David de entre sus hermanos. “No te fíes en las apariencias ni en su buena estatura. Lo rechazo. Porque Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia, el Señor ve el corazón”.
Por eso cómo le dice el apóstol San Pablo a los Efesios, debemos caminar cómo hijos de la luz –toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz-, buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las tinieblas, sino más bien denunciadlas.
Esa luz es la que nos une, la luz fuerte que nunca se apagará si continuamos por el camino que Dios, nos guía cómo cuando vislumbramos un faro en mitad del mar en el momento de creernos perdidos.
Por eso nos dice “Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.”
Todo ello, me recuerda al mensaje del Papa Francisco I en la JMJ de Cracovia en el que nos dijo a los jóvenes: “levantarse del sofá, ponerse los zapatos y salir a caminar por senderos nunca soñados siguiendo la ‘locura’ de un Dios que nos enseña a encontrarlo en el hambriento, el sediento, el desnudo, el enfermo, el preso, el inmigrante, o el vecino que esta solo”.
Nosotros como cristianos tenemos que salir, salir de nuestra zona de confort y hacer que todos conozcan esa luz, hacer que esa luz resplandezca, y además como amigonianos tener misericordia en los demás como hizo también nuestro Padre Fundador Luis amigó. Ver esa luz en cualquier pequeña cosa que hagas a beneficio de los demás, obteniendo la mayor recompensa que se puede alcanzar, cómo es la satisfacción personal de estar haciendo lo mejor para los demás.
¿Y tú? ¿Cuándo sientes esa luz?
https://www.youtube.com/watch?v=NNCSMm9mnuw
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